Su práctica es sencilla. Cerramos los ojos poniendo la atención a nuestro interior permaneciendo a la escucha, para después movernos dejándonos guiar o llevar por los impulsos que vengan. Todo ello en presencia de otros, que, con ojos abiertos, son testigos de nuestro movimiento. Los testigos están en quietud, con una actitud lo más neutra y abierta posible ante lo que sucede fuera y dentro de él. Después los que fueron testigos pasan a moverse, y los que se movieron pasan a ser testigos.
Después del moverse hay un espacio para la palabra, que es nombrado como testimonio. En este se habla de la experiencia que hemos tenido moviéndonos y como testigos.
En muchas ocasiones un movimiento puede desencadenar emociones, imágenes, pensamientos, etc. Es en el cuerpo donde reside toda la información de nuestras experiencias, donde se encarna y concreta. Hasta las experiencias más espirituales las podemos encontrar en nuestro cuerpo. En nuestro cuerpo permanecen las memorias vividas, a través de él se hacen presentes.